EDITORIAL / Restauración ecológica con construcción social

Terminó en Rionegro (Antioquia) el III Congreso Nacional de Restauración Ecológica, donde se analizó el presente y el futuro de esta disciplina en el país. Hay avances notables, pero la idea es que cada vez más los esfuerzos por recuperar ecosistemas degradados contribuyan a la sostenibilidad del territorio, sin olvidar el papel que a largo plazo pueden jugar las comunidades.

BOGOTÁ, OCTUBRE 21 DE 2016. Tal vez en ningún otro momento de la historia reciente, la restauración ecológica ha adquirido tanto protagonismo en Colombia. Como si se tratara de una revelación, esta disciplina joven, en desarrollo, se analiza hoy como aquella llamada a resolver el caos, los años y años de abuso ambiental.

Ahora se le pide que mitigue el cambio climático, que recupere la degradación por actividades extractivas incontroladas, que alivie aquellos problemas que han dejado la minería ilegal o la deforestación en medio de autoridades laxas. Que resuelva todo, pero con recursos monetarios limitados y contra el reloj.

Frente a este panorama, muchos pensarían que sería mejor pasar la página y enfocarse a proyectos mucho más eficientes en términos de costo efectividad, como por ejemplo, mantener la biodiversidad que nos queda, encerrar aquello en áreas naturales protegidas y formar más y nuevas reservas intocables.

Y sin desconocer que esa estrategia es aceptable o prioritaria, no se puede ignorar que mejorar las condiciones de los ecosistemas degradados, de los cuales depende la mayor parte de la población colombiana y que todavía ofrecen servicios ecosistémicos fundamentales, sigue siendo un intento indiscutible y legítimo. El país no puede olvidar que la restauración ecológica puede ayudarle a recuperar lo que muchos autores han llamado el ‘capital natural’, porque es al fin y al cabo la naturaleza la que sostiene las sociedades.

Un camino  que en Fundación Natura hemos comenzado a caminar desde hace al menos cinco años. Trasegar en el que podemos demostrar que esa apuesta por la renovación de bosques o sitios de importancia ambiental puede ser trascendental. Algunos ejemplos: estamos recuperando 11 mil hectáreas de bosque seco, el ecosistema más degradado del país, y en este caso una porción que aún se extiende por cuatro municipios del Huila, en el Alto Magdalena.

Y avanzamos en la rehabilitación de la porción más grande de un parque nacional, la Serranía de los Yariguíes. Allí se trabaja en lo que eran antiguas fincas que hoy hacen parte del área protegida, terrenos que sufrieron cambios drásticos por actividades productivas informales y por la colonización que llegó allí mucho antes de la declaratoria. Son bosques altoandinos y subandinos, estos últimos unos de los sistemas más deteriorados de la región Andina.

A esto se suma la restauración de al menos tres de nuestras cinco reservas privadas  (Encenillo, El Silencio y Cachalú), sitios que estaban dedicados a la agricultura insostenible o la minería, y que hoy renacen poco a poco con la propagación y siembra continua de árboles nativos. También se conservan los últimos relictos de roble en la cordillera Oriental de los Andes, reduciendo la deforestación en el corredor de conservación ‘Guantiva-La Rusia-Iguaque (Corredor de Robles)’. Y no faltan los esfuerzos en Casanare por aliviar la ganadería extensiva o el trabajo en el Guavio (Cundinamarca) para amortiguar la influencia sobre la biodiversidad de un proyecto eléctrico muy necesario para el centro del país, liderado por EPM, llamado ‘Nueva Esperanza’.

Restauración con planificación

Pero estos logros no se han consolidado en un escenario sombrilla ideal. Son esfuerzos particulares, transformados en referentes nacionales, pero que avanzan en medio de las infaltables dificultades globales.

Precisamente se ha discutido en el III Congreso de Restauración Ecológica que se desarrolló en Rionegro (Antioquia) hasta este viernes 21 de octubre, sobre la necesidad de que los esfuerzos de restauración tengan continuidad y respondan a una planificación adecuada del territorio, para que apoyen finalmente su sostenibilidad.

Que aquellas zonas que tienen la posibilidad de resurgir, estén enlazadas a otras zonas conservadas que permitan la construcción, por ejemplo, de corredores biológicos. Que los protocolos de propagación de especies sean activos y arrojen resultados en todos los departamentos. Y que no siempre se piense como única meta de la recuperación natural exitosa, aquella que lograr resarcir un ecosistema para dejarlo exactamente igual a como se veía originalmente.

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La restauración también puede ser una oportunidad para enlazar, en un mismo escenario, productividad, agricultura o ganadería sostenibles, con cercas vivas, protección de fuentes hídricas, siembra de especies nativas que ayuden con sombra y que renueven el paisaje. Y que esa misma restauración apoye procesos de compensación ambiental de grandes proyectos productivos, que muchas veces retribuyen sus impactos sin reparar, o reparan donde a lo mejor no es necesario.

Pero tal vez la reflexión más importante sobre lo que debe ser la restauración nacional es que aunque la disciplina tiene a su favor recurso humano y análisis juiciosos en muchos frentes, en algunos casos le hace falta comunidad, contacto real con el campesinado.

Será un reto para los próximos años involucrar adecuadamente a la población en todos esos procesos de renovación. Y no solo porque en muchos casos los dueños de la tierra degradada o los productores que dependen de su manejo deben cambiar sus prácticas y su relación con los recursos naturales, sino porque son ellos mismos los que, generación tras generación, podrán sostener los procesos de recuperación natural a largo plazo que hayan sido implementados y contagiar a otros grupos sociales para que intervengan en procesos similares en el futuro.

En este sentido, la restauración ecológica debe llenarse de conocimientos ambientales o ecológicos cada vez más estrictos, pero, además, de construcción social. Porque no siempre la ciencia pura e inflexible triunfa sobre la sabiduría popular. Ya lo decía el Profesor Yarumo con un mensaje primario, pero sapiente: “la gente al verse sin agua matas de monte sembró, entonces volvieron los pajaritos y el agua también volvió”.

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